
SICILIA
La cosmopolita y viajera incansable, Yolanda Hernández, dibuja a través de sus ojos las maravillas de Sicilia, un crisol de culturas con corazón de fuego.
SICILIA: UN CRISOL DE CULTURAS CON CORAZÓN DE FUEGO
Emerge del azul profundo cargada de historia, mitología y belleza salvaje. Sicilia, la isla más grande del Mediterráneo, se presenta suspendida entre Europa y África, entre Oriente y Occidente. Su silueta triangular flota mecida por las olas que durante siglos han traído fenicios, griegos, romanos, árabes y normandos. Cada una de sus piedras guarda una historia y nos habla de un rico pasado envuelto en la luz dorada del Mediterráneo.
El paisaje siciliano combina el verde de los viñedos y montañas con el dorado de los campos de trigo y el turquesa de las calas escondidas, imprimiendo al conjunto un indudable aspecto mediterráneo.
Presidiendo la isla se alza el Etna, el volcán activo más alto de Europa. Su presencia impone y otorga a la isla una atractiva personalidad envuelta en fuego y misterio. Se puede acceder a él en teleférico o hacer excursiones guiadas a sus cráteres. Las vistas y el paisaje lunar son impresionantes. Caminar por sus laderas de lava petrificada es como explorar el cráter de un Dios dormido que en cualquier momento puede despertar y hacer gala de su poder.
La capital y la ciudad más grande de Sicilia, Palermo, es una metrópolis viva, abigarrada, imperfecta, decadente y majestuosa al mismo tiempo, una ciudad donde se da cita una fascinante dualidad entre el abandono y deterioro de algunos barrios (consecuencia de desastres naturales, especulación urbanística, miseria, paro…) y la belleza y grandiosidad de algunos de sus palacios, iglesias y monumentos históricos, ofreciendo al visitante todo un torbellino de sensaciones. Su alma árabe-normanda se refleja en los mosaicos dorados de la Capilla Palatina (dentro del bello palacio de los normandos) y de la preciosa iglesia de la Martorana, en el majestuoso edificio catedralicio, en el bullicio de los mercados como el céntrico Ballarò y Vucciria (cerca del puerto), donde se mezclan a diario locales y turistas y donde el aire huele a especias, a pescado fresco y a frutas maduras.
Paseando por su centro histórico, nos toparemos con una de las plazas más concurridas de Palermo donde se cruzan las dos calles principales del centro histórico, la Via Maqueda y la Via Vittorio Emanuele. Se trata de I quattri canti (las cuatro esquinas) o plaza Vigliena, un espacio armónico donde cuatro fachadas cóncavas de edificios del XVIII exhiben estatuas de las cuatro estaciones, reyes españoles y las cuatro santas locales de cada distrito.
Los amantes del teatro y la ópera tienen una cita obligada con el teatro Massimo, el mayor teatro de ópera de toda Italia, el tercero de Europa y escenario de algunas escenas de la película El padrino. El otro gran teatro de Palermo es el Politeama Garibaldi (2ª mitad del XIX) concebido para la diversión del pueblo y de la emergente burguesía. En él se representaban funciones teatrales, espectáculos de circo y conciertos. En su interior alberga una estatua del gran héroe popular al que dio nombre.

A unos 75 km de Palermo encontramos dos interesantes yacimientos arqueológicos de origen griego: el Templo de Segesta y las ruinas de Selinunte. que reflejan la rivalidad entre estas dos ciudades que representan dos facetas de la Sicilia griega. Segesta, con su templo inacabado pero majestuoso, y Selinunte, con sus templos parcialmente reconstruidos, que muestran el impacto de las guerras y el paso del tiempo.
En el sureste de la isla encontramos Siracusa, el corazón de la Sicilia griega, un bellísimo rincón asomado al mar Jónico cuya herencia griega resuena en el imponente teatro, donde aún se representan tragedias clásicas al atardecer. Construido en su primera fase en el siglo V a. C., se halla ubicado dentro del Parque Arqueológico de Neapolis con vistas a la moderna ciudad de Siracusa. Esa misma huella helénica también se aprecia en la isla de Ortigia, un laberinto de callejuelas donde la piedra blanca se tiñe de ámbar con la luz del atardecer. En sus fuentes y plazas adivinamos los pasos de Arquímedes (cuya estatua preside una de las plazas más importantes de la ciudad) y si agudizamos la imaginación aún podemos escuchar el rumor del pensamiento antiguo.
En el sur, los restos de Agrigento y su Valle de los Templos desafían el paso del tiempo. Se trata de uno de los yacimientos arqueológicos más grandes del mundo, declarado Patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1997. Este conjunto constituye (junto con Pompeya y Herculano) uno de los mayores y más fascinantes testigos del mundo antiguo en Italia. Templos majestuosos como el de Juno, Heracles, el de la Concordia (magníficamente conservado) y el templo de Zeus entre otros, se alzan con sus columnas dóricas entre almendros y olivos, como vigilantes del pasado glorioso de la Magna Grecia. Al anochecer, cuando las ruinas se iluminan con una luz dorada, el lugar parece más cercano al mundo de los dioses que al de los hombres.
A unos 18 kilómetros de Agrigento se halla la Scala dei turchi (la escalera de los turcos) una formación rocosa blanca junto al mar Mediterráneo, con formas suaves como esculturas, perfecta para ver el atardecer.
Al noreste, como un balcón colgante entre el mar y el Etna, encontramos la bella Taormina. Su teatro grecorromano, con vistas al volcán y a un mar infinito de aguas turquesas, ofrece un paisaje sublime. Sus calles empedradas, llenas de buganvillas y tiendas artesanales y la pintoresca y evocadora isla Bella (otro icono de la ciudad) invitan al paseo lento y contemplativo.
Tras la caída de Roma, Taormina se convirtió en la capital de la Sicilia bizantina. Fue conquistada por los árabes pero en 1079, el normando Roger I se apoderó de la ciudad tras haber conquistado el resto de la isla. Durante el periodo normando, la ciudad disfrutó de una amplia prosperidad, después bajo el dominio de los españoles y los franceses fue menos afortunada, hasta que finalmente fue redescubierta en los últimos tiempos como un destino turístico lleno de esplendor. En definitiva, Taormina, con el Etna de fondo y el mar Jónico abajo, es uno de los escenarios más espectaculares del mundo antiguo que aún se sigue usando para conciertos y festivales. Sin duda, una visita imprescindible que nunca decepciona.
En el sureste de la isla, encontramos Catania y el triángulo barroco: Ragusa, Modica y Noto, tres ciudades reconstruidas en este estilo tras el terremoto de 1693 y declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Catania, a los pies del Etna, es la más grande y vibrante. Sus edificios en negro y gris, tallados en piedra de lava, le dan un aspecto dramático y único. Es visita obligada su espléndido anfiteatro romano y una vez allí, recorrer los pasillos ocultos, las ruinas, subir al escenario e imaginarse al público local animando a los gladiadores o disfrutando de una actuación teatral o musical. Más al sur, el barroco siciliano alcanza su máximo esplendor en ciudades como Noto, Modica y Ragusa, donde las fachadas de iglesias y palacios se retuercen en curvas y florituras que brillan bajo el sol.
Pero Sicilia no es solo una suma de bellos paisajes, un mar turquesa y majestuosos monumentos, también es una forma de vida, una mezcla de sensualidad y melancolía. Su gastronomía es pura fusión, una mezcla irresistible de todos los pueblos que la habitaron, aunando sabores árabes, griegos, españoles e italianos: arancini dorados (croquetas gigantes rellenas de arroz y otros ingredientes), pasta alla Norma (con berenjena y tomates salteados con un poco de ajo), cannoli rellenos de ricota (especie de galleta u hojaldre que se fríe y se rellena ), caponata dulce y amarga (elaborado principalmente con berenjenas, apio, tomates, olivas) y por supuesto, el refrescante granita (helado granizado típico con brioche), todavía se me hace la boca agua al recordar el delicioso sabor del granizado de pistacho que degusté en el emblemático Bam bar de Taormina. Cada uno de estos platos y postres cuenta una historia, nos habla de un pasado rico y fascinante donde se despliegan generosamente la pasión y la calidez de sus gentes.

En definitiva, Sicilia es una isla que no se olvida, como la lava del Etna deja una huella profunda a todo aquel que la visita, sin embargo es mucho más que una isla, es un cruce de mundos, un crisol de culturas donde el tiempo parece detenerse entre ruinas milenarias, volcanes humeantes y calles que huelen a mar y azahar. Es un paisaje de contrastes donde la historia se vive en cada rincón y la belleza se saborea en cada plato. Visitar Sicilia es dejarse tocar por una tierra que no solo se recorre, sino que se vive, se saborea, se sueña y se queda para siempre en el alma.

