Noches de Jardín
RESEÑA DE ODESA DE ESMERALDA GÓMEZ SOUTO

RESEÑA DE ODESA DE ESMERALDA GÓMEZ SOUTO

31/12/2025

Alberto de Casso reseña la espectacular "Odesa. Hilos de sangre" de la dramaturga Esmeralda Gómez Souto.

RESEÑA

Odesa, de Esmeralda Gómez Souto. Ediciones Invasoras nº 161, 2025.

Introducción

     No puede empezar Odesa, el drama escrito por Esmeralda Gómez Souto y recientemente publicada por Ediciones Invasoras, de forma más desesperanzada y desgarradora. Asistimos a un estremecedor monólogo de Natalia, la protagonista, quien nos describe, desde la muerte, todos los golpes, fracturas y sevicias que ha recibido por parte de la policía y que han desfigurado su cuerpo y su rostro y se lamenta de no poder sentir nostalgia por una vida futura y promisoria, que ha sido precipitadamente truncada. Se presenta ante su madre con la angustia póstuma de que no se siente percibida, tal como ocurre en las películas de Hollywood, con la aparición de los muertos entrañables que ejercen un papel benéfico de guía espiritual o luminosa hada madrina sobre los vivos. Ella extraña, desde la soledad irredimible de su muerte, un mínimo de interacción o vínculo con la madre ofuscada por el dolor tras la pérdida de la hija. De alguna forma nos recuerda a Carmela en Ay Carmela del maestro Sanchis Sinisterra, cuando se queja ante Paulino de que ahora muerta, no siente ni los besos ni las caricias ni el sabor dulce del membrillo.

Tema y fuentes 

    Y es de agradecer que esta obra se zambulla desde la primera acotación en un tema tan orillado en el teatro español de nuestros días y mucho más presente en el cine actual, como es el del terrorismo de estado y la violencia política con su consecuente maquinaria represiva que tritura cualquier atisbo de disidencia o pensamiento divergente con el oficial. Son pocas las obras en lengua española que han abordado con la valentía, franqueza, honestidad y economía formal con que lo hace Gómez Souto. Vale la pena recordar algunos títulos como La doble historia del Doctor Valmy de Buero, La muerte y la doncella de Ariel Dorfman, Tejas verdes de Fermín cabal, La paz perpetua de Juan Mayorga, Y mi voz quemadura de quien esto escribe. 

Lugar

    A pesar de que el topónimo de resonancias griegas, que da título a la obra, Odesa, que significa viaje, nos lleva a pensar en un lugar real perfectamente delimitado, en esa ciudad cosmopolita de aire mediterráneo, que sufrió la rusificación en el siglo XIX y la invasión nazi durante la segunda guerra mundial y la incorporación a la URRS durante la posguerra y guerra fría, y que por tanto, la obra recreará algún asunto relacionado con esta hermosa ciudad al sur de Ucrania y norte de mar Negro y que hoy en día sufre las consecuencias de la invasión rusa, nada más lejos de esa realidad. Pues desde el primer momento la casi absoluta falta de referencias localistas, nos lleva a pensar en un espacio indeterminado en donde un régimen de terror ha echado profundas raíces, un lugar que podía ser cualquier lugar, los países del cono sur: Argentina, Chile o Brasil, que sufrieron unas pavorosas dictaduras fascistas neoliberales con cientos de miles de desparecidos en los setenta y ochenta, la España tardofranquista en donde más de doscientos civiles fueron masacrados por la policía y las facciones de ultraderecha, o cualquier otro país de nuestro inmediato presente, y sin mirar a nadie o mejor mirando a la América aterrorizada por las sevicias y desmanes de la migra del siniestro Trump de nuestras malas entrañas con los inmigrantes que tiemblan tan solo de pisar la calle. Y si hay algo que puede vincular a este lugar indeterminado, estilizado o desrealizado de Odesa son los nombres de los personajes, en su mayoría de origen eslavo como Iván, Olga, Tania, etc.

Tiempo: Inversión del sentido tradicional de la intriga

    Pero si en el tema de hondo calado político que aborda la pieza nos resulta novedoso por lo dicho anteriormente, todavía es mucho más interesante la utilización del tiempo que la autora hace en la obra, como es el recurso estructural, in extrema res o tiempo regresivo tan cultivado en el cine policíaco y tan poco utilizado en nuestro teatro actual. Y lo más interesante de este recurso es que se invierte el sentido tradicional de la intriga. Ya no interesa tanto la pregunta: qué es lo que puede ocurrir después, pues desde el principio del drama conocemos la muerte de la protagonista en condiciones de extrema crueldad, sino cómo o por qué pudo o tuvo que ocurrir eso que ocurrió. Con lo cual el presente escénico está profundamente alterado y contaminado, no por el pasado, sino por un futuro que ya conocemos y que hace mucho más incómodo, y casi insoportable para el espectador, ese aquí y ese ahora que son los mimbres con los que se construye cualquier obra teatral. Y también esa regresión o fluir hacia atrás del tiempo se marca desde cada acotación que abre cada escena en donde las huellas de las cicatrices que Natalia tiene en el rostro y en el cuerpo se van haciendo cada vez menos visibles y palpables para el lector o espectador. Y asimismo también contribuye a ese devenir retrospectivo atestiguar cómo la madre se va desconcienciando hasta caer en el cómodo apoliticismo acrítico de la mediana burguesía,  mientras que la hija se va implicando mucho más en el activismo político desde su posición de médica en un hospital que atiende a las víctimas de esa máquina represiva y violenta,   sin poder escapar al brutal aparato represor del nuevo régimen que sofoca un movimiento separatista que ha aflorado en el este del país, y también tritura cualquier manifestación legítima de libertad de asociación y justicia social.

Personajes Ausentes y presentes

   La obra se configura sobre los monólogos elegiacos iniciales de la hija muerta y la madre sobrepasada por los acontecimientos, pero especialmente por los diálogos que aluden al trabajo de Natalia como estudiante de medicina, y al clima de opresión creciente por parte de un estado policial que ejerce, sin miramientos, el más demoledor terrorismo de estado contra sus ciudadanos y que altera o distorsiona la veracidad de los acontecimientos, aunque estos se produzcan a la luz del día y con multitud de testigos. Pero en estas conversaciones afloran otros personajes ausentes a los que, a veces, se le asignan un valor real y otras simbólico. Hay un padre siempre ausente que acentúa con su no comparecencia el desvalimiento de la madre y la hija. Una tía Pili que parece que representa a la burguesía biempensante, acomodaticia y desideologizada con el nuevo régimen represor, y luego todo el círculo de compañeros y amistades de Natalia con los que se va involucrando en cierta militancia ideológica contra el sistema despótico del nuevo gobierno. Y ahí tienen especial relieve el inseparable y dependiente novio amigo de Natalia, Iván, y muy especialmente Olga, la hermana de Tania, que muere quemada y asesinada en la V escena, atendida por el equipo médico de Natalia y que anticipa el final aciago que ya conocemos. Y precisamente las pos anticipaciones y pos premoniciones funestas de la madre, y escribo pos porque ya el desenlace ha sido anunciado desde el principio, hacen que se redoble en el espectador una sensación de angustia, de hado, de destino irrenunciable que respira en el personaje de la madre y que se contagia al espectador al final de cada escena. Y es interesante esa evolución y ese contraste tan bien marcado entre una madre que trata de proteger a su hija a toda costa porque huele materialmente el peligro y esa valentía y arrojo de la protagonista que desde su juventud, compromiso, y espíritu solidario se enfrenta, como un David funesto, a un implacable Goliat al que las piedras de la honda solo le hacen cosquillas. Y en esa evolución y retroalimentación ambas se van contagiando el afán por la justicia social y especialmente por la necesidad de desenmascarar todos los bulos y falsos escenarios que crean los medios de comunicación como otro instrumento del terror. No solo se trata de masacrar y quemar vivos dentro de una casa ocupada delante de los ojos de todo el mundo a civiles inocentes y , sino que se trata de negarlo con un cinismo y una desfachatez que nos recuerda a las masacres orquestadas por el ejército genocida del estado fallido de Israel y con el hecho de que la Escuela Militar de la Armada (ESMA) estuviera en un barrio céntrico y rico de Buenos Aires….y con vallas bajas para que cualquier transeúnte fuera testigo de las detenciones, traslados, secuestros y ejecuciones extrajudiciales de los disidentes para hacer este clima de terror visible y palpable y que se pudiera masticar en el aire. 

    Y esta dicotomía entre el personaje de la madre y de la hija también se ve en el lenguaje que caracteriza a cada una. La madre utiliza un registro coloquial y popular con multitud de refranes, frases hechas, aforismos, expresiones lexicalizadas y algunas palabras malsonantes. La hija se expresa en un nivel más culto y con cierta tendencia a usar tecnicismos del campo de la política y de la medicina. Por ello, hace uso de una jerga política que ya tiene interiorizada como insurrección, garantías sindicales, derogar leyes, revocar libertades, etc.  y muy especialmente muchos términos de la jerga médica que escapan al entendimiento del hablante común y también de su progenitora. Este argot médico le sirve para caracterizarla como una doctora primeriza, que necesita jactarse ante su madre de un léxico recientemente incorporado y le otorga un punto de pedantería al no ser capaz de adaptar su registro al receptor con el que se comunica, lo que ocasiona de nuevo, un clima de incomunicación acentuado por las llamadas que reciben ambas de familiares y amigos sobre el inicio del levantamiento y algaradas en el este, que serán el detonante de toda esta brutal trituradora de violencia política y persecución que sufrirá la protagonista hasta las últimas y peores consecuencias. Y ese es uno de los motivos que abre y cierra la obra. La incomunicación metafísica que se produce en el inicio por el hecho de estar muerta Natalia y no poder interactuar con su madre a pesar de que le sopla en la oreja y la toca, y por el uso de un registro inadecuado para el destinatario en la última escena.

    El reflejo que escupe el televisor, los timbres de los teléfonos que suenan perentorios y las sirenas abruptas de los furgones policiales en la acotación final, cierran, o mejor abren, este drama de Esmeralda Gómez Souto. Y nos lleva de nuevo a la cultura del miedo, a la violencia política que hace del terror un espectáculo visible, implacable, impune, cruento y ostentoso.