
CUENTO DE NAVIDAD
Tradicional cuento costumbrista para recrearnos en la ambientación navideña.
CUENTO DE NAVIDAD
2025
Érase una vez un pequeño pueblo, que había sido grande, importante en siglos pasados; cuando con la trashumancia hizo mucho dinero. Las casas reflejaban su grandeza pasada; amplios portalones coronados por bellos escudos de armas decían de la pujanza del apellido de la casa; recios muros de piedra tallada, amplios ventanales buscando el calor, empinados tejados de pizarra negra para protegerse de la nieve, no nevaba mucho, pero cuando lo hacía era de forma violenta, configuraban una bella estampa.
El río serpenteaba junto a la parte baja del pueblo, allí estaba el ayuntamiento, junto a la iglesia y más abajo el cuartel de la Guardia Civil, con su letrero impoluto de “Todo por la Patria” y su cuidada bandera de España.
En el otoño el entorno era una sinfonía de colores, un espectáculo vibrante de amarillos, naranjas, rojos y ocres de las hayas, los arces y los cedros que creaban una alfombra crujiente de hojarasca que cubría senderos y caminos, mientras la luz se filtraba entre las ramas creando una luz mágica que inundaba de sombras y luces el bosque, mientras el viento susurraba entre los árboles.
La iglesia era modesta de estilo gótico con fuertes contrafuertes que soportaban el empuje de la bóveda, formada por dos arcos fajones. Al exterior las gárgolas con formas de animales fantásticos evacuaban las aguas de la lluvia, la puerta era de medio punto con un hermoso tímpano con arquivoltas apuntaladas con esculturas desgastadas por el tiempo.
No había cura, desde hacía mucho tiempo un párroco cubría los servicios religiosos de más de ocho pueblos; el actual, Ubaldo, era de Honduras, celebraba misa un día a la semana que no siempre era en domingo; no le gustaba mucho aquel pueblo pues decía que pasaba mucho frío, pero ese año se comprometió a celebrar la misa de Gallo. Contaba con la valiosa ayuda de Elisa la mujer del cabo de la Guardia Civil, la Civila como la llamaban los del pueblo, ella se encargaba de que estuviera limpia la iglesia, las casullas preparadas, de decorar el altar en las grandes solemnidades entre las que destacaban la del Pilar y la de montar el belén por Navidad.
El puesto de los guardias había sido muy importante, no en vano el pueblo estaba en la ruta de los contrabandistas y estraperlistas con el vecino país; ahora solo había un cabo, Prudencio Gómez, al que todos llamaban el cabo Gómez; era de Badajoz, grande, fuerte, su figura imponía respeto con su poblado mostacho, que cuando se lo atusaba todos sabían que algo iba mal. Tenía a sus órdenes dos números Pedro de León y Lucia una joven guardia de Salamanca, muy activa y diligente y aunque menuda y con pocas fuerzas eclipsaba el grandullón de Pedro.
El cabo Gómez estaba casado con la sacristana Elvira, tenían una hija, una preciosa adolescente de diecisiete años, María; cariñosa y buena estudiante que ayudaba a su madre a montar el belén por Navidad y a cuidar los geranios que cultivaba el patio de la casa cuartel. Siempre se les helaban en el invierno, hasta que el cabo Gómez encargó un fuerte plástico de invernadero que los cubría de lado a lado, María todos los días cogía el autobús para ir al instituto del pueblo de abajo.
De la antigua tradición ganadera solo quedaba la casa Pascual, que desde que enviudó sólo pensaba en dejar las ovejas. Tenía una hija, Edurne, que frisaba los treinta, ella era la ovejera que seguía la tradición de su casa; subía las ovejas a los puertos en verano y las cuidaba en el invierno en la tierra baja en las frescas praderas a una jornada del pueblo. Su aspecto era rústico, de pelo recogido, de manos y cara curtidas por ábregos vientos de la montaña.
Pero Pascual enfermó y Edurne se veía impotente para atender a su padre y su partida de ovejas que ya alcanzaban las quinientas; el zagal que le ayudaba ennovió en el pueblo de abajo y dejó el rebaño; a esto se sumaba el creciente riesgo de los lobos que faltos de comida cada vez se acercaban más al pueblo con grave peligro para las personas y los ganados. El Gobierno había decretado la protección de los lobos a los que no se podía tocar; el cabo Gómez, para disgustos de sus vecinos, era fiel cumplidor de las leyes y llevaba a raja tabla la vigilancia de su cumplimiento.
La situación era crítica, la casa Pascual estaba a punto de cerrar, pero surgió de repente un milagro; apareció por el pueblo un polaco buscando trabajo, Kabub Kowalski, que llamaron Kabus, rubio, de amplias espaldas, gran estatura, con rasgos serenos que inspiraban confianza. Y así Kabus entró al servicio de Edurne, a la que pronto cortejó y se casaron y tuvieron un hijo al que llamaron Pablo, Pabloski para el resto del pueblo.
Pabloski creció con un cayado en sus manos ayudando a su padre, pero Edurne quería que su hijo estudiara y cuando se cerró la escuela del pueblo por falta de niños dispuso que Pablo se incorporara con el autobús al instituto del pueblo de abajo. Y así el destino dispuso que Pablo y María, de la misma edad, compartieran el autobús, el colegio y el amor por su pueblo y lo inevitable sucedió: el amor de manera silenciosa y natural penetró en el corazón de los dos jóvenes.
Pablo era inseparable de su perro Trueno, un mastín del Pirineo de pelo largo y denso, de color blanco con una mancha negra en la cabeza, de ojos almendrados, de aspecto bonachón, muy inteligente, con un gran sentido protector; pronto sintió una gran predilección por María, ella a su vez lo mimaba, y acariciaba su gruesa cabeza. Trueno llevaba un grueso collar con clavos incrustados a modo de protección en su enfrentamiento con los lobos, ante los cuales se transformaba en un violento y feroz luchador.
Ante las Navidades de aquel año todo parecía tranquilidad, nadie sospechaba lo que iba a acontecer. El cura Ubaldo iba a celebrar la Nochebuena. La Civila, ayudada por su hija, se aprestaba a montar con tiempo el belén. Las figuras componían un hermoso conjunto reflejo de la opulencia de los viejos tiempos del pueblo. María sentía especial devoción por la figura del Niño Jesús de unos hermosos ojos azules; año tras año le pedía con gran devoción muchas cosas y siempre sentía un aliento especial que la trasformaba; aquel año había sido el milagro de Pabloski que inundaba su vida.
Pero conforme entraba diciembre los limpios cielos dieron paso a negruzcas nubes que presagiaban fuertes tormentas de nieve. Y surgió una desgracia, Kabus cayó enfermo, hubo que evacuarlo con urgencia al hospital donde lo operaron de inmediato de apendicitis. La situación era crítica. El rebaño quedaba solo al riesgo del ataque de los hambrientos lobos. Edurne se dispuso para salir a su custodia, pero Pablo plantó, iría él, su madre ya había trabajado bastante, además había que cuidar al abuelo Pascual.
Pablo cogió su petate y con Trueno subió a la majada: se despidió de María que entre lágrimas vio cómo se perdía en el negro horizonte que anunciaba un inminente temporal. Comenzó a nevar y una dana se instaló sobre el entorno del pueblo y no dejó de caer nieve durante días. La nieve se acumuló sobre las pendientes laderas del congosto del rio junto al molino y al final un fuerte alud arrasó el molino, cortó todas las comunicaciones, afectó al repetidor y los móviles dejaron de funcionar; el cabo Gómez no perdió la calma, pero una gran ansiedad se apoderó del pueblo
María corrió a la iglesia y en un rincón aterida de frío, nerviosa se postró suplicante ante el Niño de los ojos azules. No supo cuánto tiempo estuvo en esa situación, cuando, de pronto, un extraño ruido la alarmó, alguien había entrado bruscamente, se volvió y era Trueno; su corazón se aceleró, algo tenía que haber ocurrido para que Trueno estuviera allí y hubiera abandonado a Pablo. Salieron corriendo a la casa cuartel, allí le contó a su padre el cabo Gómez lo sucedido.
Gómez atusaba su mostacho mientras miraba por la ventana los copiosos copos que cada vez caían con mas fuerza; de pronto se percató del plástico que protegía los geranios. De inmediato ordenó a Pedro y a Lucía que se abrigaran, cogieran el plástico del patio y con Trueno se dirigieran a la majada salvando como pudieran la ruta del congosto bloqueada.
Trueno habría dejado huella, seguro de su dirección, a pesar de que la noche se echó encima y numerosas huellas jalonaban su itinerario ante la incertidumbre si eran de lobos o de otros animales. La tensión iba en aumento ante el riesgo de ser atacados de improviso, en la oscuridad de la noche, por una hambrienta manada de lobos. Pero, por fin, llegaron al chozo donde estaba refugiado Pablo; allí estaba muerto de frío sobre un lecho de pajas, con fuertes dolores en su pierna derecha malherida y rota que le impedían moverse.
Y les contó cómo la noche anterior escuchó ruidos sospechosos y ante el riesgo de que los lobos atacaran el rebaño, salió a inspeccionar con tal mala fortuna que cayó bruscamente en una zanja cubierta por la nieve; como pudo se arrastró hasta la cabaña, el dolor era muy intenso y ante su impotencia solo le quedaba Trueno. Le cogió la cabeza, le miró fijamente a sus ojos y le repitió "María, María", a la vez que le señalaba la dirección del pueblo. Trueno lo entendió enseguida y partió corriendo cuesta abajo.
Pedro y Lucía comprendieron que era urgente actuar, extendieron el plástico sobre la nieve y como pudieron tumbaron en él a Pablo y, a modo de trineo, lo deslizaron sobre el helado manto de nieve. Pedro desde atrás controlaba el movimiento en las cuestas abajo, delante Lucía seguía la huella de Trueno, y cuando había un repecho se enganchaba en su collar y así arrastraba a todos. Se les hizo de noche y para salvar el congosto tuvieron que dar un gran rodeo; la ansiedad se apoderó de ellos cuando oyeron de lejos los amenazantes aullidos de los lobos. La nieve seguía cayendo con fuerza, borrando todas las referencias, y un frío viento helador congelaba sus cuerpos, por un momento se sintieron perdidos.
Pero de pronto, allá a lo lejos comenzó a sonar la campana de la iglesia que llamaba a misa de Gallo, sus tañidos fueron su salvación, Trueno reorientó su dirección.
Mientras tanto en el pueblo Ubaldo se disponía a comenzar la misa del Gallo ante el nerviosismo de todos; el tiempo pasaba y no sabían qué podía estar sucediendo. De pronto un fuerte ruido alertó a todos, era Trueno que aparecía jadeante por la puerta, se temieron lo peor, un silencio aterrador envolvió la iglesia, fueron instantes de gran angustia. El cabo Gómez, atusando su bigote, se disponía a salir con voluntarios en su busca, pero, de pronto, aparecieron los guardias con Pablo en brazos. Una reacción instintiva de alivio provocó un fuerte aplauso, un interminable aplauso; María se abalanzó sobre Pablo, se fundieron en un fuerte abrazo, María desde su hombro dirigió su mirada al Niño de los bellos ojos azules, dio un profundo suspiro y desde lo más profundo de su corazón le salió un sentido “Gracias, Jesús.”
